jueves, 19 de agosto de 2010

jueves, 12 de agosto de 2010

"Corajiada" de Dorrego en Salta

Cuando la Patria pasó por sus cerros y ríos, esas verdes lomas de San Lorenzo también guardan un retazo de la histórica Guerra de la IndependenciaPor Darío Illanes y Luis BorelliBien sabemos que el Valle de Lerma fue uno de los más importantes escenarios de la Guerra de la Independencia, pero pocas noticias cuentan que en entre esas hermosas lomas de la actual villa veraniega de San Lorenzo, se dio el primer enfrentamiento armado, cuando se produjo la segunda invasión realista a Salta en 1814.En ella no combatieron los bravos gauchos de Güemes, pero si los valientes soldados del Ejército del Alto Perú, que venían en retirada y derrotados desde los llanos de Ayohuma. Quizá, esa misma noche de la batalla de San Lorenzo, Güemes era designado en Yatasto por el general San Martín, Jefe de la Línea del Pasaje. Quizá esa misma noche en aquella histórica posta de Metán, San Martín lograba la tan ansiada reconciliación entre Belgrano y Güemes.AntecedentesFracasada la segunda campaña libertadora al Alto Perú, luego de las derrotas de Vilcapujio y Ayohuma, el General Manuel Belgrano emprende la retirada hacia el sur, a mediados de noviembre de 1813 dirigiéndose primero a Potosí y después a Tobaco-Ñaco, Lajatambo, Quirve, Humahuaca y Jujuy, a donde llega a fines de diciembre. En pos del Ejercito del Norte, venía el realista Pezuela con la intención de avanzar con sus 4 o 5 mil soldados, primero sobre Jujuy, luego Salta y finalmente pasar a Tucumán, para ocupar toda la actual frontera norte de Argentina.

Una política democrática

En setiembre de 1827 presentó un proyecto a la Legislatura: la gobernación garantizaría los billetes ya emitidos, pero se opondría a cualquier otro tipo de emisión. A esos efectos, el gobierno inspeccionaría al Banco, y la deuda con éste sería reconocida por la provincia a nombre de la Nación.El diputado Nicolás Anchorena acusaría poco después al Banco por emisiones clandestinas, y su violenta denuncia contra capitalistas y terratenientes extranjeros injertará una nota nacionalista en la ideología federal. El 13 de noviembre, la comisión de la Legislatura propone la caducidad del Banco y la creación de un Banco provincial. El 16 de enero de 1826 faculta a la Sala de Representantes a reformar el estatuto del Banco.Dorrego trataba de afirmar el apoyo inicial de los ganaderos -que son mayoría en la Legislatura- y decreta la libre exportación de carnes. Con el apoyo de Rosas, que logra un status de paz con los indios, hace serios esfuerzos por extender la frontera sur.A favor de las clases populares, fijó precios máximos sobre el pan y la carne para bajar la presión del costo de la vida; suspendió el odiado régimen del reclutamiento forzoso y prohibió el monopolio de los renglones de primera necesidad.Su política tuvo éxito, y en febrero y marzo de 1828 -afirma Miron Burgin- 'el peso recuperó casi todo el terreno que había perdido el año anterior' gracias a 'la cautelosa política de Dorrego'.A mediados de 1828, la mayor parte de la clase terrateniente, afectada por la prolongación de la guerra, retiró a Dorrego su apoyo político y económico. Boicoteando su política integradora y popular, le negó los recursos a través de la Legislatura, forzándolo a transigir e iniciar conversaciones de paz con el imperio. Es que los terratenientes y saladeristas bonaerenses, integraban también la capa de la burguesía mercantil porteña ligada a los intereses británicos por la importación y la exportación. Por eso dejaron de apoyar al gobernador y se volvieron 'pacifistas'.Abandonado por sus aliados circunstanciales, Dorrego se quedó solo frente al enemigo unitario. El 1º de diciembre fue derrocado por la conspiración que encabezaba Juan Lavalle, a quien Esteban Echeverría definiría años después, como 'esa espada sin cabeza'. La tragedia se consumaría, el 13 de diciembre, en Navarro, con el fusilamiento del líder federal.

MANUEL DORREGO (1787-1828)Arquetipo del federalismo argentino, el guerrero de la Independencia, cayó bajo las balas de la oligarquía porteña. Su ejecutor, el general Juan Lavalle, bien fue definido por Esteban Echeverría como ‘una espada sin cabeza’.'El artículo 6 (de la constitución rivadaviana de 1826) forja una aristocracia, la más terrible porque es la aristocracia del dinero. Echese la vista sobre nuestro país pobre, véase qué proporción hay entre domésticos asalariados y jornaleros y las demás clases del Estado, y se advertirá al momento que quien va a tener parte en las elecciones, excluyéndose las clases que se expresan en el artículo, es una pequeñísima parte del país, tal vez no exceda de una vigésima parte. He aquí la aristocracia del dinero; y si esto es así, podría ponerse en giro la suerte del país. Entonces sí que sería fácil influir en las elecciones, porque no es fácil influir en la generalidad de la masa, pero sí en una corta porción de capitalistas; y en ese caso, hablemos claro, el que formaría la elección sería el Banco, porque apenas hay comerciantes que no tengan giro con el Banco, y entonces sería el Banco el que ganaría las elecciones, porque él tiene relación en todas las provincias'.Manuel Dorrego (1826) La oposición al unitarismo de la burguesía comercial porteña hizo federales a los estancieros bonaerenses. Pero su federalismo -que coincidía tácticamente con el federalismo del Interior en su lucha contra el centralismo de la burguesía porteña- difería profundamente, por los intereses que lo movían, del federalismo provinciano.Las provincias, enfrentadas a la declinación de su comercio y su industria, trataban de salvar su mayor grado de autosuficiencia. Trataban así de mantener e incrementar su participación en el comercio nacional, pero, además, de proteger sus industrias recurriendo a tarifas especiales, aduanas de tránsito e impuestos diferenciales. Pronto resultó evidente que una política tan perjudicial para los intereses comerciales de Buenos Aires no podía solucionarse sino en condiciones de una amplia autonomía política para cada provincia, es decir, un amplio federalismo. Los estancieros de Buenos Aires, en cambio querían la federalización para que Buenos Aires pudiera seguir disfrutando de su aduana sin tener que rendir cuentas a las provincias, dominándolas, y evitando la nacionalización de la ciudad, ya decidida por Rivadavia.
De modo que el partido federal era una especie de frente único en el que coexistían distintos intereses y tendencias. Para los estancieros bonaerenses la cuestión decisiva era quien dominaría en el país: Buenos Aires o toda la nación, coincidiendo más con sus enemigos unitarios que con sus aliados federales del interior.Sin embargo, el federalismo bonaerense produjo una tendencia 'doctrinaria y política' de contenido nacional: fue la que encarnó, en un momento decisivo, Manuel Dorrego. Las ideas del 'mártir de Navarro' en materia económica y constitucional, poco se han difundido entre nosotros, salvo en algunos libros especializados. Y por eso merecen una consideración muy especial.

El héroe y sus tribulaciones



De Antonio Calabrese14 de abril 2010. En el marco de un ciclo de conferencias de Universidad de Ciencias Empresariales y Sociales (UCES) se realizó la presentación del libro “Manuel Dorrego, su vida, su obra”, de Antonio CalabreseAntonio Calabrese es abogado constitucionalista y político. Fue ministro de Economía, secretario general de la gobernación de Santiago del Estero, fiscal de Estado adjutor, diputado y candidato a Gobernador, ocupando numerosos cargos públicos en la Provincia de Santiago del Estero. Además del presente titulo ha escrito y publicado la obra de ficción Corrupción trágica, y La Protección legal del Patrimonio cultural argentino, ésta última de carácter jurídico, especialidad sobre la que ejerce la docencia en cursos de postgrado en la Secretaría de Cultura de la Nación. Asimismo, publicó innumerables trabajos académicos sobre economía, política y derecho en revistas jurídica argentina la Ley, el Boletín Informativo del Instituto Nacional de Antropología y Pensamiento Latinoamericano, y la Revista del Museo Nacional de Ciencia Naturales Bernardino Rivadavia, entre otras.

Más sobre Dorrego

Cuando parecía que Dorrego estaba llamado a rendir más altos servicios, hombres y circunstancias se aliaron contra él. El 26 de noviembre llegaba a la capital la división de Lavalle, descontenta por el resultado del conflicto argentino-brasileño, que había acarreado la pérdida de la Banda Oriental. Sublevado Lavalle el 1 de diciembre, el desastre se propagó por la ciudad. Dorrego entregó el mando al ministro de guerra y se dirigió a la campaña con el propósito de concentrar elementos adictos a su persona o, al menos, fieles a la majestad de las instituciones republicanas que él trataba de encarnar con sobria dignidad. Pero alzado también el cuerpo de húsares, al mando del coronel Escribano, sus esperanzas se desvanecieron rápidamente. El 9 de diciembre cayó vencido en la Laguna de Navarro, y si bien logró huir, fue capturado más tarde en el Salto por el mayor Mariano de Acha.
Uno de los dramas más dolorosos de la historia argentina se gestó entonces con aterradora rapidez. El indeciso Lavalle se vio presionado por bastardos y oscuros intereses. Salvador María del Carril y Juan Cruz Varela entre otros, lo empujaron a cumplir una fatal decisión: el fusilamiento de Dorrego. Conducido a Navarro recibió la visita del comandante Juan Elías, portador de esta orden tremenda de Lavalle: "Vaya usted e intímelo que dentro de una hora será fusilado". Dorrego se dio un golpe en la cabeza y exclamó con dolor: "¡Santo Dios!" No era el grito de quien se ve frente a la muerte, sino la voz acongojada de la patria próxima a hundirse en la guerra civil. El condenado se repuso, llamó al padre Castañer y escribió una carta a su esposa que llegaría a destino, y otra a Estanislao López, que fue detenida por Lavalle. A su esposa le decía escuetamente: "Mi vida: mándame hacer funerales, y que sean sin fausto. Otra prueba de que muero en la religión de mis padres". Debía ir ya al patíbulo pero quiso antes abrazar a su amigo y compañero de armas Aráoz de La Madrid, a quien regaló su chaqueta y sus tiradores de seda, bordados por su hija Angelita. Se acercó a la muerte apoyado en La Madrid y Castañer.
"Acabo de hacer un sacrificio doloroso que era indispensable", dijo sordamente Lavalle a Elías al oír los estampidos asesinos. Era el 13 de diciembre de 1828.
Drama tan enorme sólo era comparable -pero ni siquiera justificable- con la ejecución de Liniers. Conmovedor testimonio de un proceso devorador constituyó el prólogo del despotismo que Viamonte aplazó con talento y buena voluntad. El gobernador Viamonte, precisamente, reparó la injusticia cometida con Dorrego. "Su nombre, restaurado al honor del país, fue dignificado solemnemente con un decreto de honras, el 29 de octubre. Un mes antes, resolvía el pago de cien mil pesos a la viuda e hijas de Dorrego, que oportunamente había sido dispuesto por la Sala de Representantes, y que Dorrego rechazara modestamente".
Rosas dispuso el 14 de diciembre de 1829 que sus restos fueran inhumados en Navarro, siendo sepultados el día 21 en el cementerio de la Recoleta.
La viuda, desamparada, debió recurrir al trabajo personal para poder subsistir. Casi veinte años después, el 21 de octubre de 1847, Rosas le otorgó una subvención mensual de cien pesos que Urquiza dobló tras la victoria de Caseros. En 1860 el Presidente Mitre le asignó medio sueldo de coronel, que Sarmiento transfirió a su hija Isabel pues la viuda del mártir había fallecido el 6 de abril de 1872.
"Enemigo del Congreso, opositor al Director, contrario a la expedición a Chile, partidario de la guerra contra el Brasil, enviciado en la agitación politiquera de la Atenas argentina"; tal el juicio categórico que Dorrego le mereció a Bartolomé Mitre, y sin embargo, en él encontramos la permanente vitalidad de la acción dorreguista, fogueada en el nervioso afán de un federalismo doctrinario que el ilustre biógrafo de San Martín omitió consignar, aunque reconoció que "Dorrego tenía algo de la fisonomía de los generales ilustres de las antiguas repúblicas griegas, con quienes fue comparado en aquella época, cuando se le apellidó el JOVEN TEMISTOCLES, por haber salvado a la Atenas del Plata de los bárbaros".
Su herencia política fue recogida por Viamonte. En una época plagada de ideas monárquicas Dorrego y Viamonte fueron, en efecto, de los pocos que sostuvieron una meritoria fidelidad a los más sanos principios republicanos. Quizás sea éste -un claro sentido del porvenir democrático y federal argentino-, el rasgo sobresaliente de una personalidad vigorosa, cuya estatua se ofrece a la veneración pública en una esquina céntrica de Buenos Aires.

El relato del adiós o cómo faltarle el respeto a Manuel Dorrego




Elocuente el autor: "Lo que parece guiar sus pasos es la voluntad de forjar las bases de 'un relato', para emplear un término caro a la señora de Kirchner, que justifique las adversidades de los capítulos finales. Ese 'relato' es el de victimización: debe mostrar a un gobierno jaqueado por fuerzas malvadas y hostiles ('los ricos egoístas', el 'rente agro-mediático', 'la derecha') que lo castigan por su 'compromiso con los pobres', por su lucha 'contra los monopolios', por su deseo de que 'los argentinos vean el fútbol gratuitamente' y que hasta planean, quizás, un fusilamiento como el de Manuel Dorrego, así sea "un fusilamiento mediático". Ahí vamos:


"Fui a ver al general Juan Lavalle a solicitar su permiso para hablar con el señor Dorrego así que llegara. Dicho general (...) me permitió verle así que llegara y lo hice en efecto, al momento mismo de haber parado el birlocho en medio del campamento y puéstosele una guardia. Subido yo al birlocho y habiéndome abrazado, díjome: "¡ Compadre, quiero que usted me sirva de empeño en esta vez para con el general Lavalle, a fin de que me permita un momento de entrevista con él!" (...). "Compadre -le dije-, con el mayor gusto voy a servir a usted en este momento". Corrí a ver al general, hícele presente el empeño justo de Dorrego...; mas viendo yo que se negó abiertamente a ello, le dije: "¿ qué pierde el señor general con oírle un momento...?". "¡No quiero verle, ni oírlo un momento¡"... Salí desagradado, y volví sin demora con esta funesta noticia a mi sobresaltado compadre.
Al dársela se sobresaltó aún más, pero lleno de entereza mi dijo: "¡Compadre, no sabe Lavalle a lo que se expone con no oírme! Asegúrele usted que estoy pronto a salir del país; a escribir a mis amigos de las provincias que no tomen parte alguna por mi...
Bajéme conmovido y pasé con repugnancia a ver al general. Apenas me vio entrar, díjome: "Ya se le ha pasado la orden para que se disponga a morir, pues dentro de dos horas será fusilado; no me venga con muchas peticiones de su parte". ¡Me quedé frío! "General, le dije, ¿ por qué no le oye un momento, aunque lo fusile después?". "¡No lo quiero!", díjome, y me salí en extremo desagradado y, sin ánimo de volver a verme con mi buen compadre...; pero en el momento se me presenta un soldado a llamarme de parte de Dorrego, pidiéndome que fuera en el momento.
Al momento de subir al birlocho se paró con entereza y me dijo: "Compadre, se me acaba de dar la orden de prepararme a morir dentro de dos horas. A un desertor al frente del enemigo, a un bandido, se le da más termino y no se le condena sin oírle y sin permitirle su defensa. ¿Dónde estamos? ¿Quien ha dado esta facultad a un general sublevado? Proporcióneme usted, compadre, papel y tintero, y hágase de mi lo que se quiera. ¡Pero cuidado con las consecuencias!",