jueves, 12 de agosto de 2010

Más sobre Dorrego

Cuando parecía que Dorrego estaba llamado a rendir más altos servicios, hombres y circunstancias se aliaron contra él. El 26 de noviembre llegaba a la capital la división de Lavalle, descontenta por el resultado del conflicto argentino-brasileño, que había acarreado la pérdida de la Banda Oriental. Sublevado Lavalle el 1 de diciembre, el desastre se propagó por la ciudad. Dorrego entregó el mando al ministro de guerra y se dirigió a la campaña con el propósito de concentrar elementos adictos a su persona o, al menos, fieles a la majestad de las instituciones republicanas que él trataba de encarnar con sobria dignidad. Pero alzado también el cuerpo de húsares, al mando del coronel Escribano, sus esperanzas se desvanecieron rápidamente. El 9 de diciembre cayó vencido en la Laguna de Navarro, y si bien logró huir, fue capturado más tarde en el Salto por el mayor Mariano de Acha.
Uno de los dramas más dolorosos de la historia argentina se gestó entonces con aterradora rapidez. El indeciso Lavalle se vio presionado por bastardos y oscuros intereses. Salvador María del Carril y Juan Cruz Varela entre otros, lo empujaron a cumplir una fatal decisión: el fusilamiento de Dorrego. Conducido a Navarro recibió la visita del comandante Juan Elías, portador de esta orden tremenda de Lavalle: "Vaya usted e intímelo que dentro de una hora será fusilado". Dorrego se dio un golpe en la cabeza y exclamó con dolor: "¡Santo Dios!" No era el grito de quien se ve frente a la muerte, sino la voz acongojada de la patria próxima a hundirse en la guerra civil. El condenado se repuso, llamó al padre Castañer y escribió una carta a su esposa que llegaría a destino, y otra a Estanislao López, que fue detenida por Lavalle. A su esposa le decía escuetamente: "Mi vida: mándame hacer funerales, y que sean sin fausto. Otra prueba de que muero en la religión de mis padres". Debía ir ya al patíbulo pero quiso antes abrazar a su amigo y compañero de armas Aráoz de La Madrid, a quien regaló su chaqueta y sus tiradores de seda, bordados por su hija Angelita. Se acercó a la muerte apoyado en La Madrid y Castañer.
"Acabo de hacer un sacrificio doloroso que era indispensable", dijo sordamente Lavalle a Elías al oír los estampidos asesinos. Era el 13 de diciembre de 1828.
Drama tan enorme sólo era comparable -pero ni siquiera justificable- con la ejecución de Liniers. Conmovedor testimonio de un proceso devorador constituyó el prólogo del despotismo que Viamonte aplazó con talento y buena voluntad. El gobernador Viamonte, precisamente, reparó la injusticia cometida con Dorrego. "Su nombre, restaurado al honor del país, fue dignificado solemnemente con un decreto de honras, el 29 de octubre. Un mes antes, resolvía el pago de cien mil pesos a la viuda e hijas de Dorrego, que oportunamente había sido dispuesto por la Sala de Representantes, y que Dorrego rechazara modestamente".
Rosas dispuso el 14 de diciembre de 1829 que sus restos fueran inhumados en Navarro, siendo sepultados el día 21 en el cementerio de la Recoleta.
La viuda, desamparada, debió recurrir al trabajo personal para poder subsistir. Casi veinte años después, el 21 de octubre de 1847, Rosas le otorgó una subvención mensual de cien pesos que Urquiza dobló tras la victoria de Caseros. En 1860 el Presidente Mitre le asignó medio sueldo de coronel, que Sarmiento transfirió a su hija Isabel pues la viuda del mártir había fallecido el 6 de abril de 1872.
"Enemigo del Congreso, opositor al Director, contrario a la expedición a Chile, partidario de la guerra contra el Brasil, enviciado en la agitación politiquera de la Atenas argentina"; tal el juicio categórico que Dorrego le mereció a Bartolomé Mitre, y sin embargo, en él encontramos la permanente vitalidad de la acción dorreguista, fogueada en el nervioso afán de un federalismo doctrinario que el ilustre biógrafo de San Martín omitió consignar, aunque reconoció que "Dorrego tenía algo de la fisonomía de los generales ilustres de las antiguas repúblicas griegas, con quienes fue comparado en aquella época, cuando se le apellidó el JOVEN TEMISTOCLES, por haber salvado a la Atenas del Plata de los bárbaros".
Su herencia política fue recogida por Viamonte. En una época plagada de ideas monárquicas Dorrego y Viamonte fueron, en efecto, de los pocos que sostuvieron una meritoria fidelidad a los más sanos principios republicanos. Quizás sea éste -un claro sentido del porvenir democrático y federal argentino-, el rasgo sobresaliente de una personalidad vigorosa, cuya estatua se ofrece a la veneración pública en una esquina céntrica de Buenos Aires.

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