jueves, 12 de agosto de 2010

Misión Posonby

Desde que el oriental Luis Alberto Herrera levantó entre nosotros la tapa de la gran olla donde se guardan los rastros de la "misión Ponsonby", es mucho lo que se ha andado en cuanto al esclarecimiento de la acción diplomática y de las agresiones no bélicas desarrolladas por Gran Bretaña en esta parte de América. Imposible pasar por alto, cuando de eso se trata, el libro del canadiense H. S. Ferns, elaborado sobre testimonios documentales de fuentes inglesas, y un artículo del padre Guillermo Furlong, que ha venido a confirmar, con nombres y apellidos, la responsabilidad de quienes fueron instrumentos ideales en los trágicos episodios nacionales de diciembre de 1828. Los nombres consignados por el caballero Mandeville, que Furlong retoma en su trabajo, son los mismos, con leves variantes, indicados por otros testigos contemporáneos de los sucesos.
Se sabe, por un informe del cónsul norteamericano Forbes a su gobierno, que el movimiento contra Dorrego había trascendido el estrecho círculo de la logia política
rivadaviana y era conocido, por anticipado. Enrique Pavón Pereyra incorporó un nuevo aporte reafirmativo al transcribir un fragmento de carta de Julián Espinosa al general Rivera, del 21 de noviembre de 1828, que dice lo siguiente: "La llegada de estas tropas hace recelar a alguno que van a servir para hacer una revolución contra el gobierno, de cuya revolución hace ocho días se habla públicamente; por los datos que yo tengo, no encuentro dificultad en que se verifique, mucho más si se hace militarmente. Me han asegurado que piensan poner al general Lavalle de gobernador, y que van a desconocer la Junta de la Provincia: si esto sucede vendremos a quedar gobernados por la espalda".
Lord Posonby jugó fríamente su partida contra Dorrego, cuya caída aguaitaba "con placer" (según su propia confesión), y la ganó en la oportunidad propicia. Por su parte, el jefe del federalismo jugó todas las cartas, buscando alianzas americanas para doblegar al imperio del Brasil y por lo menos postergar la independencia definitiva de la Provincia Oriental: intentó el apoyo de Simón Bolívar, promovió la rebelión de los republicanos brasileños y reclamó la presencia del general
San Martín para evitar la desmoralización que preveía del ejército en operaciones. No contó, lamentablemente, en su frente interno con toda la colaboración y el sentido nacional que hubiesen sido necesarios para librar contienda contra el grupo rivadaviano (Del Carril, los Varela y varios sacerdotes).
San Martín respondió al llamado, ciertamente, pero llegó a destiempo, después de 76 días de navegación. El Libertador partió de Falmouth, a bordo del "Chichester", el 21 de noviembre de 1828, y al llegar a Río de Janeiro, en enero de 1829, tuvo conocimiento del golpe de Lavalle. El 5 de febrero arribó a Montevideo y en esta ciudad supo lo del fusilamiento de Dorrego, según lo contó él mismo al coronel Manuel de Olazábal. Lavalle le hizo llegar a bordo ofrecimientos diversos, a condición de que apuntalara la situación política, que ya se tornaba insoportable para el gobernador de facto. Pero el Libertador no lo escuchó.

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